¿Vosotros pensáis que los problemas de la contaminación, la explotación indiscriminada de los recursos naturales, como metales, minerales, agua, tala de bosques, son problemas de nuestros tiempos?
En realidad, es una cuestión que se remonta a hace más de 2000 años. Y lo sabemos porque el filósofo griego Platón, en el diálogo “República”, describió una sociedad muy parecida a la de hoy y que nos puede ayudar a entender, desde una perspectiva única y original, porque hemos asolado la Tierra y porque, dentro de unos cuantos años, tendremos que invadir otros planetas para exprimirlos como limones y sacar cuantos más recursos posibles, indispensables para llevar a cabo nuestras vidas modernas.
Claro, ahora os podréis preguntar, justamente: “Si en los tiempos de Platón la cosa más tecnológica que había era un par de sandalias con correas de fierro forjado, ¿cómo pudo el filósofo griego imaginar una sociedad semejante a la de hoy?”.
Él pudo porque, por mucho que el hombre evolucione tecnológicamente, jamás logrará borrar sus instintos naturales que siguen siendo los mismos desde siempre. Y por estos mismos instintos, hemos llegado a la situación de hoy, en una época en la que el planeta parece pedirnos la cuenta por todos los desastres que hemos causado. Hablamos de una cuenta muy cara.
Por esto, si Platón nos viese hoy, no sería sorpresivo que nos dijera: “Chicos, si la cuenta es muy cara es porque, a lo largo de los milenios, nunca nos ha bastado lo necesario sino hemos estado deseando mucho más” ¿Y por qué?
Para contestar a esta pregunta, Platón empieza a describir una sociedad que hoy definiríamos como “ecosostenible”. De hecho, se trata de una sociedad vegetariana, casi vegana.
El filósofo griego empieza a concebirla desde esta consideración:
“Nadie puede vivir aislado. Un hombre depende de sus congéneres y, en base a su talento o capacidades, elige un encargo dentro de la comunidad y tiene que dedicarse únicamente a este, para que pueda desempeñarlo bien y de manera profesional”.
Ya que es imposible que un solo hombre pueda hacer todo bien, hace falta el apoyo de los demás. De este modo, se crea una relación de interdependencia que caracteriza la sociedad humana.
Ahora, hay que preguntarnos:
“¿Cuáles son los encargos a los que los miembros de esta comunidad vegana tienen que dedicarse?”. Respuesta: “Las que son indispensables, como la producción de comida”. Esta tarea la desempeñará el campesino, el cual, por supuesto, necesitará ropa apta para las diferentes estaciones. Por esto, un buen sastre será el bienvenido en la comunidad.
Naturalmente, habrá que construir casas para estos habitantes y esto tendrá que hacerlo el albañil que, al igual que el campesino y el sastre, necesitará herramientas para trabajar. Entonces, el artesano encontrará una alfombra roja a la hora de unirse a la comunidad, porque a él le corresponderá construir estas herramientas.
Ahora la comunidad está casi al completo, falta solo otra persona: el comerciante, profesional indispensable. De hecho, siempre hace falta importar algo desde afuera y, para que el intercambio tenga éxito, se habrá de producir un poquito más de lo que se consume, para que el comerciante tenga algo para ofrecer.
Y con esto, la comunidad vegana ya está al completo. No hay nada sorpresivo. Al fin y al cabo, las cosas verdaderamente necesarias son pocas, aunque como se lee en la “República”, Sócrates inmediatamente después de haber presentado esta sociedad vegana se verá abucheado por sus interlocutores.
Esta comunidad vegana se podría definir “la sociedad de los tres 0”. 0 emisiones, 0 desperdicios, 0 impacto ambiental. Según lo explicado por Platón, se trata de una comunidad donde se come solamente legumbres, verduras, fruta y, de vez en cuando, un poco de queso acompañado por un vaso de vino.
¿Y qué tal el pan? Claro, pan con una pizca de sal por encima. ¿Y el postre? ¡Por supuesto! Podéis escoger entre bellotas asadas o mirto.
Al terminar el postre, se va a la cama, un camastro de hojas. Es un poco hippy, ¿verdad?
Aquí cabe destacar algo. Muchos expertos consideran impensable que Platón estuviera convencido de que este tipo de sociedad pudiera acabar con los problemas de la sociedad real, sin embargo, tampoco quería ridiculizarla.
La razón por la que Platón dibuja esta comunidad tiene que ver con su intento de entender cómo nacen las injusticias. Y estas surgen cuando el hombre añade a su mejor calidad, la techné politiché, o sea, la capacidad del hombre de vivir en armonía con sus congéneres, otro aspecto de su naturaleza: el instinto, que lo lleva a satisfacer los deseos relacionados con el cuerpo; no estoy hablando simplemente del sexo, sino también de otros deseos que se pueden saciar gracias a la posesión de bienes materiales.
De hecho, como os explicaba antes, cuando Platón, a través de Sócrates, describe los habitantes de su comunidad, con su forma de vivir tan sobria, uno de sus interlocutores le dice:
“Sócrates, si hubieras imaginado una ciudad de cerdos, ¿Qué hubieras descrito más que esto? ¡Una comunidad en la que se comen bellotas como si fueran un postre y se duerme en camastros!”
El mismo interlocutor reclamaba “carnes” y “postres verdaderos” de varios tipos, ropa buena y todas las cosas agradables que se ven en la sociedad real. Naturalmente, después de 2000 años, tenemos muchos más productos a disposición en comparación con Platón. Sin embargo, el concepto sigue válido.
“¡Muy bien!”, dijo Sócrates, “entonces la ciudad en la que vosotros queréis vivir no solamente tiene que estar a la altura de vuestras necesidades, sino de cada uno de vuestros deseos”.
De ser así, nuestra comunidad esencial tendrá que extenderse para hacer sitio a otras profesionalidades que antes no nos hacían falta. Además, ya que se comerá mucha carne y de varios tipos, se necesitará mucho más espacio para los ganados.
Y qué pasará sí también las demás ciudades empezarán a extenderse, ¿nos veremos obligados a guerrear con ellas para arrebatarles sus territorios y recursos?
A este propósito, es importante subrayar que, según Platón, la ciudad perfecta tenía que ser mediana. La dimensión es una metáfora: cuando una ciudad detiene su expansión, significa que sus ciudadanos ya no persiguen lo superfluo, el lujo, sino lo necesario. Por esto, cuando Platón describe a los ciudadanos de la comunidad vegana, dice:
“los habitantes prestarán atención a no tener más hijos de lo que esté a su alcance, para conjugar peligros como la pobreza y la guerra”.
Y es a este propósito que los griegos, hace más de 2000 mil años, concibieron un concepto muy parecido a él del “consumismo”; se trata de la pleonexía, es decir, la tendencia a desear cada vez más.
Es un sentimiento bastante común y que se manifiesta al exterior cuando la ciudad se extiende como una mancha de aceite, un fenómeno que Platón define con la expresión “Polis Phlegmainousa”, o sea, “ciudad inflada”, como si fuera una parte del cuerpo afectada por una infección.
En fin, es lo que hoy en día se podría llamar una “sociedad enferma”. Según lo dicho hasta ahora, si Platón nos viera hoy, diría que la verdadera razón por la que estamos destrozando la Tierra no son los intereses económicos o el desarrollo industrial y tecnológico.
Estas son las consecuencias de la verdadera causa. Y esta causa consiste en que buscamos la felicidad a través de los placeres físicos. Según Platón, la felicidad se debería alcanzar por la eliminación de estos últimos, dominando los instintos que, para el filósofo griego, son cadenas que impiden al hombre ser libre y perseguir la justicia.
Siguiendo esta idea, la sabiduría griega creía que la tarea fundamental de un gobierno no era la de aumentar el bienestar económico de los ciudadanos, sino guiarlos hacia la justicia, único camino para llegar a ser felices. Lo sé, suena un poco cursi.
De todos modos, vamos a ver si el concepto de pleonexia, ósea la tendencia a desear cada vez más que hace que una ciudad se infle, aplica al mundo de hoy.
¿No nos hemos “inflado”, extendido hacia otros continentes para sacar de ellos todo lo posible? ¿No hemos allanado la Amazonia para hacer sitio a los ganados y cultivos intensivos?
Y hay que tener en cuenta que todo esto lo hizo solamente el norte del mundo, pero, si mañana los llamados países en desarrollo junto a los del “tercer mundo” empezaran a inflarse, como hicieron los europeos en su tiempo, y a reclamar el bienestar de los occidentales, ¿Dónde encontrarán los recursos necesarios? Muchos de lo que había lo hemos tomado nosotros y lo que queda es insuficiente para satisfacer las exigencias de una economía cada vez más glotona.
Los recursos naturales son una mesa bastante larga que paulatinamente se acorta, volviendo sus comensales hambrientos cada vez más agresivos.
Las relaciones entre occidente, Rusia y China son las mismas que se generarían entre tres personas hambrientas que, frente a un pollo asado, intentan acaparar las piernas.
¿Hay vuelta atrás? ¿Cómo se puede evitar que nuestras “sociedades infectas” no se sigan “inflando”?
Platón dice que “la templanza” es la única solución. Para él, el término “templanza” (en griego antiguo: sophrosyne) equivale a la eliminación de los deseos. Hay un ejemplo muy eficaz, que el filósofo griego emplea para explicar este concepto.
Platón compara el hombre con un deseo descontrolado a un hombre que trata de llenar una cubeta agujereada con agua, usando un tamiz. Este hombre está condenado a la desesperación.
La única salida es cerrar los agujeros y esto se logra con el dominio de los deseos y de las pulsiones (en griego es enkrateia, “fuerza interior”.
Al lograrlo, el hombre podrá vivir sin ser esclavo de una eterna persecución del deseo, que Platón compara con “un padrón autoritario y violento”.
Se que esto puede parecer muy teórico, sin embargo, si nos enfocamos en la situación actual, el control de nuestro instinto de posesión o, al menos, un consumismo más responsable, es la única manera para seguir viviendo en este planeta.
Si ya el agua es un recurso limitado, imagínense qué puede pasar con todos los demás.