¡Antes de leer, ve este vídeo! https://youtu.be/psWfx1i6BlY?si=UptDm9XS41GNFSm1
“Me parece que la tarea de la comedia es ofender o tener el potencial para ofender y no se puede vaciar de aquel potencial. Cada broma tiene una víctima. Esta es la definición de broma. Alguien, algo o una idea se hace parecer ridícula”.
Es así que Rowan Atkinson definió el significado de comedia, un concepto que se refleja directamente en la escena que acabamos de ver, sacada de la película “Johnny English 3”.
Ora tenemos que preguntarnos, a la luz de las palabras de Rowan Atkinson, ¿quién es el ridiculizado de la escena que hemos visto? Analicémosla un instante para que entendamos en que consiste su comicidad.
Tenemos una persona que actúa con energía y convicción en una realidad que existe solo en frente de sus ojos, mientras es totalmente ignaro de lo que lo rodea.
A pesar de todo, esto no le impide actuar, persiguiendo en su error que se vuelve cada vez más ridículo cuanto más sigue en el engaño. Y nosotros reímos, tenemos todos el derecho de hacerlo. Por otra parte, ¿a quién no le ha pasado actuar según una propia visión de las cosas, para después darse cuenta que, quizá después de mucho tiempo, que aquella visión no era tan real como parecía al principio?
Si Rowan Atkinson estuviera aquí con nosotros y nos preguntara: “Entonces chicos, adivinad, quien es la victima de mi broma”- según vosotros ¿Qué deberíamos contestar?
“Todos nosotros”.
Muchos antes de que se grabara esta peli, el poeta romántico Goethe escribió: “Un hombre ve en el mundo lo que lleva en su corazón”.
Es una síntesis hermosa de lo dicho hasta ahora, en decir, nosotros actuamos todos en la misma realidad. La juzgamos y el valor que le damos no tiene nada que ver con ella, sino que depende de nosotros.
Esta situación, si por un lado nos salva del riesgo de ser todos iguales, preservando nuestra unicidad; por el otro nos lleva a tener una visión parcial de las cosas, nuestra visión, hecha a medida para nosotros. Sin embargo, ¿qué pasa con todo lo que se queda afuera de nuestros radares? ¿Deja de existir?
Por supuesto que no. Se queda ahí. Alrededor de nosotros, aunque no lo veamos. Podemos solo percibir su presencia. ¿Por qué?
Porque si no fuera así, la ansiedad ante al cabio no existiría. Tampoco le tendríamos miedo a lo desconocido, porque este último cesaría de existir.
Cada uno de nosotros es único en este mundo y única es nuestra manera de vivir las cosas, sin embargo hay dos manera para hacerlo: puedes pensar que la realidad que ves frente a ti es la única posible solo porque la sola que logras ver; o puedes empezar de la consideración que, desde el momento que hay una manera única de ver la realidad, esta pertenece solamente a ti y, entonces, esta se limita a la misma persona.
Si eligierais la primera opción, hubierais solucionado el problema de la ansiedad frente al cambio, poque le negaríais la posibilidad de existir. Una realidad visible de cabo a rabo es comparable a un cuarto iluminado por completo.
Si, por lo contrario, eligierais la segunda opción, admitiríais la deficiencia de vuestra visión y os paragonaríais de manera automática a quién vaga en la noche con una antorcha en la mano. Ves solo hacia donde puedes apuntar.
Ahora, en ambos casos, la ansiedad no nos perdonaría. Empecemos del primer caso. ¿A quién le gustaría la idea de pasar la vida en un cuarto? Es decir, ¿hasta qué punto puede resultar atractiva la idea de vivir en una realidad segura al 100% donde todo ya se determinó de manera cristalina e inmutable?
Si no fuera, habría cabida para lo desconocido, el riesgo. En otras palabras, se trataría de una realidad muy parecida a la de una prisión de máxima seguridad.
Sin embargo, al salir de la cárcel después de 30 o 40 años, los boses mafiosos no desprecian la libertad, pese a el hecho de que saben que ahí afuera hay los sicarios que los de las familias rivales que lo esperan.
La única manera en la que podríamos lograr vivir en una realidad inmutable y cristalina, como la que acabamos de describir, es la de vivir en la total ausencia de ansiedad, es decir, sin sospechar nunca que, quizá, la realidad va más allá de los muros que vemos solamente nosotros.
Y portándonos así nos otorgaríamos otra vez el derecho a reír de nosotros, porque actuaremos de forma muy parecida a Johnny English que, después de haber empujado a la abuelita con una patada y el guía debajo de un autobús de dos pisos, se quita las gafas sin darse cuenta de nada, sin percatarse absolutamente de lo que ha hecho.
El precio de una vida vivida sin ansiedad es la total ignorancia del hecho que vivimos en una realidad mucho más grande de nosotros y, por esto, imprevisible e imperscrutable.
La ansiedad es necesaria para hacernos llegar a esta concienciación que es necesaria para frenar la misma ansiedad. Voy a explicar mejor este punto.
Dostoyevsky, en su obra “El Idiota”, expresó este concepto de manera casi brutal cuando escribió: “Es mejor ser infeliz y saber lo peor que ser feliz en el paraíso de los tontos”.
Esta frase no hay que considerarla como si fuera un “elogio del sufrimiento”, sino como su objetiva revaluación.
Obviamente el dolor es un sentimiento desagradable, pero, por ser así, puede salvarnos de males más grandes e irremediables.
Imagínense estar en el gimnasio haciendo unos squat con mucho peso encima y cometiendo el clásico error de superar con las rodillas las puntas de los pies, descargando el peso en las articulaciones. Tras unas cuantas series, empezaríais a sentir dolor o molestia y esto os llevaría a preguntaros: “¿Puede ser me esté equivocando?”.
Quizá llegareis solos a la solución. Quizá pediréis ayuda a alguien un experto de confianza, sin embargo, de una manera u otra, llegareis a la solución.
Si no sintierais dolor a las rodillas, continuaríais a ejecutar el ejercicio de manera errata destrozando irremediablemente las articulaciones.
Volvamos a la frase de Dostoyevsky: “Es mejor ser infeliz y saber lo peor que ser feliz en el paraíso de los tontos”.
No cabe la menor dudad sobre el hecho de que la ansiedad es un sentimiento indeseable, pero es mejor de la desesperación de quien, llagado a sus últimos días, se da cuenta de que ha vivido su vida a través de un par de lentes que hubiera podido quitarse si hubiera sospechado tenerlas.
Es esta sospecha que genera en nosotros la ansiedad. Naturalmente el cambio nos empuja hacia lo que conocemos y esta misma tensión genera ansiedad. Sin embargo, se trata de una tensión necesaria que nos permite vivir nuestras vidas, así como queremos.
Kierkegaard escribió que: “Atreverse es perder momentáneamente el equilibrio. No atreverse es perderse a sí mismo”.
Para superar la ansiedad ante el cambio, es importante darse cuenta de que esta es nuestra amiga. Es la voz que hay que escuchar antes del punto de no retorno”.
La ansiedad ante el cambio lastima, porque nos empuja a saltar al vacío con la esperanza que lo que deseamos se realice y sabiendo que esto no podría pasar. Es la incertidumbre.
Sin embargo, la ansiedad ante el cambio atestigua la voluntad de cambiar y la posibilidad de hacerlo. Cuando este sentimiento se apaga, a medida que se apague, la resignación toma su lugar, hasta que selle nuestra existencia con tres palabras “es demasiado tarde”.
Termino con nun homenaje a Sócrates y, en particular, a un diálogo platónico “Laques”, que me gusta citar cuando hablo de estos temas.
Este libro se enfoca en el concepto de “valentía” definida como “la capacidad de entender a cosa hay que temerle y para qué merece la pena atrevérsele y correr riesgos”.
El sentido de esta definición se debe a que, a menudo, nos dejamos asustar por los problemas pequeños solo porque, en aquel momento determinado, nos parecen pequeños en cuanto estás lejos. Es como un castillo en el horizonte que nos aparece más pequeño que el índice con el que lo indicamos.
A la luz de lo dicho hasta ahora preguntémonos: “¿Nos asusta más hacer un paso hacia lo desconocido, donde sabemos que hay la posibilidad de mejorar nuestras vidas? ¿O le tenemos más miedo a la idea de quedarnos en un lugar bien conocido, en el cual ya sabemos con absoluta claridad los problemas con los que tendremos que vivir?
En ambos casos, la ansiedad desaparecerá. Tanto la esperanza de una vida como la deseamos, como la aceptación de los males conocidos apagarán su voz.
Ninguno de los dos caminos es falto de riesgos. Como ya dije, una esperanza puede quebrarse y la aceptación puede derivar en la resignación con el paso del tiempo.
No podemos predecir el futuro y ni siquiera podemos cambiar esta situación. Lo que si podemos hacer es elegir de manera consciente que riesgo estamos despuestos a correr.
Hasta que nos abstengamos de esta decisión, la ansiedad ante el cambio no nos abandonará. Hay que salir del limbo.