Siempre he sido una persona con un pésimo sentido de la orientación. Si alguien me metiera en un laberinto, casi seguramente me quedaría ahí, a menos que no me dieran un dron para poder verlo desde arriba, en su totalidad.
En ese caso, el laberinto ya no sería solamente un juego tramposo, sino que se presentaría como la obra de arte de un jardinero excelente y yo podría pasear tranquilamente sin extraviarme.
A veces no es fácil ver las cosas desde arriba a causa del alboroto de los asuntos cotidianos. Sin embargo, merece la pena intentarlo. Yo lo hago desde 2011, año en el que empecé la carrera en filosofía.
Desde entonces, he estado ayudando a mí mismo y a los demás a no ser superficiales porque, a menudo, nuestro malestar depende de nuestra tendencia a vivir por inercia.
Ha sido esta consideración que me hizo empezar este proyecto, lanzado hace dos años en Italia bajo el nombre de “Linguaggio da Marciapiede”, que en español sería “Lenguaje de Acera”.
Lo hice porque creo firmemente en el poder de la palabra, en su capacidad de hacernos mejores personas.
Antes de que empezara esta aventura, trabajé como periodista en Roma, experiencia que me dio la posibilidad de descubrir la hermosura de la diversidad. Diferentes culturas, diferentes orientaciones sexuales, diferentes visiones políticas y nacionalidades;
también pude experimentar de primera mano la constante polarización que sella nuestra sociedad, desde los aspectos más grandes hasta los más pequeños:
Contrastes entre ricos y pobres, idealistas y escépticos, entre quienes buscan la felicidad en sí mismos y quienes lo hace asomándose hacia afuera, recorriendo la inmensidad del mundo; entre los que hacen la carbonara con el pecorino y los que lo hacen con el parmigiano.
Y podría continuar al infinito, pero sería inútil, porque toda esta diversidad hizo que me percatara de algo tan simple y obvio que suele pasar inobservado frente a nuestros ojos:
Somos todos iguales. Somos todas personas que, a pesar de la variedad de sus historias, circunstancias y convicciones, hacen lo que hacen con la sola esperanza de alcanzar la felicidad.
Y esto es lo que amo de la filosofía, su ser trascendente, su capacidad de ir más allá de las barreras aparentes de la realidad, para hacernos vivir en armonía con los demás y nosotros mismos.
Esto para mí ha sido antes un objetivo, después un ideal y, al final, un sueño por cumplir. Hay solamente un obstáculo que la filosofía sola no puede sobresalir: las barreras lingüísticas.
A este propósito, he de decir que, por casualidad, algunos de mis eventos pasados fueron favorables, como el hecho de que hace casi siete años, es decir mucho antes de que lanzara el proyecto de “Lenguaje de Acera”, descubrí lo que llegó a ser mi único y verdadero hobby, los idiomas extranjeros, en particular el español y el inglés.
Ahora solo me falta el catalán, el idioma de esta tierra maravillosa en la que he decidido vivir.
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